EL PODER DE LO SUBLIME

En una mañana cualquiera, de un día cualquiera, durante los finales de los años 50, en un lugar campestre donde la luz del Sol es compartida por todos los lugareños, y de igual manera compartida por la oscuridad de la noche, un niño de aproximadamente dos añitos de edad, y al cual será identificado en este trabajo con el nombre de Sabas, es golpeado inexplicablemente con una vara hecha de las ramas de un árbol seco, por un extraño que luego se convierte en su padrastro. El niño Sabas sufría de asma y era criado por sus abuelos maternos, después que la madre de este niño fuera abandonada durante su embarazo, por el padre biológico del mismo. Durante dicha mañana, Sabas lloraba desconsoladamente. Los gritos del niño eran provocados por los fuertes latigazos que le propinaba dicho hombre al que Sabas no conocía y por su corta edad, tampoco sabía de donde había aparecido; pero mucho menos sabia que derecho tenía el mismo para golpearlo, ni porque lo golpeaba de tal manera. Los latigazos eran propinados con una vara hecha con las ramas secas de una mata que los lugareños llaman “escobita dulce”. Los gritos de Sabas solo podían ser ignorados por un frondoso árbol de acacia, que se encontraba en el fondo del patio de la casona de los abuelos de Sabas, el cual le brindaba una gran sombra a la familia para mitigar el calor durante el día. Aunque no así dichos gritos fueron ignorados por la abuela de Sabas, la que al oír los, salió rápidamente a rescatar a Sabas de este hombre que para Sabas cómo niño no era más que un perfecto forastero desconocido. La abuela de Sabas llegó al lugar y sin mediar una sola palabra con el hombre, agarró a Sabas por un brazo, casi arrebatándoselo de las manos.