Habana 20/20

                                          I

                                  LA CIUDAD PROMETIDA

                                            Nostradamus (XVI; Centuria I)

"La vida es todo lo que queremos de ella si sabemos actuar”. Era un pensamiento que le venía a la cabeza con frecuencia cuando se sentía desconcertado. Respiró profundo antes de pisar la escala que conduce a la aduana en tierra firme y se quitó el sombrero de fina textura vegetal, para recibir el sol y el salitre en la brisa de la bahía iluminada. Nathaniel Nuncio se bajó del barco como un turista más. San Cristóbal de La Habana le pareció como de miniatura, más chiquita que en las fotos que había visto de niño en los álbumes de su casa en Hialeah. Le pareció un puerto de esos de las películas viejas, de Londres o de otro tiempo. Su guayabera azul pastel se le había manchado con unas gotas del café fuerte que tomó sentado en el balcón del Havana Mamma, un crucero pequeño y un tanto vulgar, pero con los mejores camarotes de la línea y un servicio de cocina que hacía sentir la noche de Miami al puerto de la capital como una visita larga a un restaurante gratis.

La entrada del barco a la patria de sus padres lo había dejado mudo. La mulata que le vendió los pasajes en Miami Beach le advirtió que llegar a la bahía era impresionante, pero la vida hizo a Nathaniel madurar antes de los treinta y tres. No podía creer lo que veía desde el balcón de proa en medio del amanecer solemne y disoluto del litoral. La ciudad se despertaba tranquila entre un levante azul naranja y olor a panadería. Un mugido largo y sostenido confirmó la entrada del crucero al puerto favorito del nuevo mundo. Nathaniel quiso llorar por un instante, pero se contuvo cuando pensó que este era un momento para reír.

Un aroma sutil a puros recién encendidos y dulces acabados de hornear se entremezclan en las galerías impersonales del ruidoso puerto. Los pasillos son anchos y la gente no para de hablar sandeces y reírse alto. Siguió caminando con el ritmo de las filas interminables de las terminales, llenas de recovecos decorados con pancartas electrónicas de mojitos, playas inverosímiles, tabacos recién torcidos, montañas perfectas, castillos de reyes buenos y letreros advirtiéndote sobre las armas de fuego. Son cerca de las ocho de la mañana aunque este puerto parezca tener el horario adelantado de otro meridiano insomne. La oficial de inmigración apareció al fin con su cara de guajira, acabada por la mala noche, como quien en realidad se las ha pasado bailando. Estaba vestida con aquel uniforme gris y la pintura de los ojos un poco corrida. Sintió pena por ella. Le pareció pobre, “tal vez - pensó - está estudiando de noche”, hotelería o contabilidad, que es lo que le abriría las puertas rápido al gran mundo del 2020.

Lea mas en www.habana2020.com