Un cigarrillo al atardecer
Victoria trataba de olvidar sus temores, pero nunca lo conseguía. Trataba de comprender pero por más que su razón daba fundamento a la idea, su alma se aferraba a la negación.
Una tarde con su vestido de terciopelo purpura llega silenciosa a la estancia, toma una caja de cerillos de madera, enciende un cigarrillo que traía entre sus dedos y arroja los cerillos sobre la mesa, da un largo y pausado beso al cigarrillo mientras su cuello de cisne se echaba hacia atrás. Le llega un ligero mareo al sentir el humo navegar por su sistema nervioso. Su mirada hipnótica, desenfrenada y penetrante se dirige como un dardo hacia mí. Aquella mirada que suplica al mismo tiempo que exige. Un viejo fantasma invade la estancia; ese conocido fantasma de preguntas eternas y de respuestas inexistentes. Y su mirada siempre presente como el fuego eterno, sin palabras, cristalina e intensa como una esfera que resplandece.
De la nada replica. -Creo que lo que tiene que suceder sucederá ¿No es así? Aby está lista. Yo nunca lo estaré, sin embargo se muy bien que el maldito tiempo siempre está sobre nosotros como un pecadillo ardiente o mejor dicho como una maldición eterna.
En esos momentos yo siempre trataba de cambiar su perspectiva, pero como la gran mayoría de los hombres quienes tratan de cambiar las perspectivas de las hembras, no lo lograba. Como último recurso trataba de usar la lógica, pero ni siquiera eso funcionaba.
Sin embargo intentaba: -Las cosas tienen su curso y lo inevitable siempre llega, para gente como nosotros en nuestra tan particular situación; es lo mismo que para el resto. Tan sólo es cuestión de tiempo.
Ella responde -¿para gente cómo nosotros? ¿cómo dices tú? ¿o para cosas cómo ustedes? porque en realidad ni siquiera se les puede llamar gente. Si, tal vez para los comunes, los otros, los que no lo saben, pero ¿y para nosotras?- Tu lo entiendes: la madre y las dos hijas que por mala fortuna forman parte de su juego -¿que?-
Caminé en círculos con las manos empuñadas y con voz suave le hable: -Se gana y se pierde querida, es el juego de la vida, además tienes tus indulgencias. Pero claro, como los comunes siempre optas por renegar, por abrasarte al nerviosismo. Esa no es la fortaleza que te ha sido heredada.
Ella explota con sus ojos enrojecidos de furia. -Lo que me ha sido heredado es una condena y no una vida de comunes y eso tu bien lo sabes. A final de cuentas ¿quienes son los responsables? Dime, la insensibilidad de algún ente inhumano que quiso jugar a ser algo que no era y que hoy junto con nosotras se lamenta por esas malditas deudas que se tienen que pagar, al ver que la vida y los sentimientos no son un juego, al ver a sus hijos desbocarse en la desgracia sin oportunidad de escapar, tratando de pagar aquellos pactos ajenos a mi que sin embargo están presentes en mi vida desde la primera vez que me atreví ha respirar. En este juego no hay victimas porque no hay opciones; no hay culpables, por que no hay juicios, sólo destinos forzados que no se pueden cambiar-.
-El juego es el mismo querida, bajo este mismo sol. Disculpa mi falta de sutileza pero no hay vuelta de hoja, sabes bien que mis ojos ven todo de un modo distinto. Comprendo, o más bien trato de comprender hasta donde mi capacidad me alcanza, tu forma de sentir, pero como tu misma lo has dicho; estamos sumidos en un ciclo inevitable, al final del camino todos lo estaremos sin remedio alguno. Los tiempos son feroces como un lobo hambriento en las inmensas praderas del universo.
Todos tenemos deudas que saldar, yo mismo tengo cuentas pendientes que debo cumplir, lamentarse es de humanos pero entiende que los lamentos sólo producen ecos que te ciegan y te destruyen lentamente. Disfruta de las rosas querida mía, mientras puedas, que cuando llegue el carbón sufrirás ese inevitable sabor amargo.
Ella da un beso largo a su cigarrillo y estirando su cuello hacia atrás exhala el humo, arroja las cenizas sobre el piso y accidentalmente las pisa mientras camina por la habitación.