Querida lectorcita,
Amable lector;
Si en tu vida sólo has sabido de
placeres y de ensueños, lee esta
obra, para que aprendas a evaluar
lo que significa el sufrimiento huma-
no. El que no sabe sufrir, puede de-
cirse que no sabe sentir. El goce tie-
ne su atractivo, pero también los
tiene el sufrimiento y ése es como
si dijéramos, la sal de la vida; que
si en ésta sólo hubiera mieles, no
valdría ni la pena de vivirse, pero
hay acíbares, hay lágrimas, hay
duelos y éstos hacen de la vida
una lucha en que el dilema es
éste: vencer o ser vencido. Y
el que no lucha, no merece ni
que se le tome siquiera en
cuenta. Si por el contrario
has sufrido, has apurado
la copa del sentimiento
y te has sentido azo-
tado por el pade-
cer humano, lee
tú esta obra con
mayor delec-
tación, por-
que en
ella en-
c o n -
trarás
algo de
tu mis-
ma vida;
es una
o b r a
no per-
fecta, pe-
ro sí hu-
m a n a y
e n e l l a
encontrarás
algo de tu
mismo existir. Si
culpas al autor, culpa
a las mujeres que en vez
de corazón, tienen una incu-
badora de falsedades en los la-
bios y un cubil de serpientes en el
corazón. Ahora lee lector, te lo suplico.
EL HOMBRE QUE MATO A SU ALMA
AUTO-PROLOGO
Yo no quiero molestar a los príncipes de las letras, ni buscar el espaldarazo de los sabios o de los eruditos, para que me prolonguen esta obrita que ni es la primera, ni ha de ser la última que salga de la cárcel de mi cerebro de bohemio empedernido.
¿Qué pueden decir de mi los demás? . . . Alguna cosa que no sientan y que sólo hagan por cumplimiento o galantería aunque después de eso renieguen de mi, y esto, en verdad, ni me complacería ni me serviría a la postre, de nada.
Prefiero decir yo sinceramente lo que soy y presentarme a mis lectores con mi propio y humilde ropaje al hecho de ostentar ajenos atavíos. Eso sí, para los que buscan padrinos, es salirse de los cañones usuales, para mi es casi un orgullo, porque yo, ni soy como los demás, ni escribo como los demás: sino que tengo mi propio sentir y en saberlo exteriorizar, está mi mayor satisfacción.
Cada hombre lleva en el corazón un pedazo de historia y cada historia es un pedazo de corazón; muchos guardan la historia en el fondo de su cerebro, temerosos quizá de la crítica amarga, injusta y cruel y esos, por su cobardía, sufren y merecen sufrir doblemente.
Yo, por el reverso de la medalla, no tengo miedo a la crítica, no le temo y por el contrario, la anhelo, la ambiciono porque me hará rectificar muchas cosas y si no puede hacer esto, haré cuando menos lo que en la mayoría de los casos, que se ensaña con lo que vale o puede valer y en tal caso, ya sería de por si un gran mérito el de figurar entre sus víctimas.
La mediocridad y la mordacidad, no me asustan, porque yo estoy cubierto con el escudo de mi sinceridad y ante esto, se embotan las armas de los viles, de los que alientan la ponzoña de la envidia de los que ¡míseros helmintos! hechos a hurgar en los fangos nauseabundos, en que impotentes se debaten, son incapaces de comprender los anhelos y las aspiraciones de quienes escriben con los ojos fijos en el cielo y llevando las más altas concepciones en el cerebro y en el corazón. Y esto es mi caso lector querido, yo siento sólo por mi, yo llevo en el fondo del alma algo que ha vivido sin exteriorizarse y hoy lo doy a luz para que vaya por el mundo a servir de pasto a la crítica que se nutre con las entrañas de los seres muertos pero que no osará levantar la voz ni ejercitar la lengua ante la dignidad de los vivos, que fincamos nuestro orgullo en no haber deshonrado jamás el santo y sublime apostolado de la palabra escrita.
No es esta obrita hecha para los académicos, es apenas un pobre ensayo en el que vacío un fragmento de mi vida y que presento al público para que vea todo cuando puede encerrarse en el misterio de una vida y en la variabilidad del corazón de una mujer que pudo haber sido un ángel y se quedó solo siendo una mujer.
Y en lugar de que otro me presente, me presento yo, yo que no me avergüenzo de confesarlo; yo que he sufrido y que cuando creí encontrar un rayo de esperanza en la noche tempestuosa de mi vida, y creí divisar en lontananza la estrella de la ventura, vine a despertar ante un cuadro de honda tristeza donde mi pobre alma me mostró en todo su abandono, y mi corazón herido por todos los cierzos invernales, lloró lágrimas de sangre y las sigue llorando, porque ese es el único consuelo de los que como herencia en el mundo, llevamos el infortunio y como esperanza única, la frialdad de una loza sepulcral para dormir el más santo y el más apacible de los sueños.
Y ahora, lector que vas a enterarte de la historia del HOMBRE QUE MATO A SU ALMA, mira quien es el autor de esta historia: un pobre que no se avergüenza de serlo porque su pobreza no mancha, ni su contacto rebaja; un hombre que piensa y siente y quiere, al exteriorizar su sentir, dar descanso a la atrofia del sufrimiento que aniquila su corazón, un mendigo, que en su alforja de peregrino, no lleva un mendrugo de pan para saciar su hambre, pero que en su cerebro, lleva la chispa que Dios ha puesto en él, para gestar las grandes concepciones que solamente son capaces de sentir, los que han sufrido y han llorado, porque esos, según Dios, son los únicos capaces de comprender el dolor humano que es como un crisol donde se forjan las almas, para las grandes luchas y para las conquistas del entendimiento.
Tal es el autor de la humilde obrita que vas a leer y en la cual si no se encuentra la belleza y galanura del lenguaje, de ese lenguaje que hipnotiza, seguro se podrá encontrar la razón que convence y dé a conocer, siquiera en parte, los sentires que suelen encerrarse en el humano corazón.