Cuando entré a la cocina, allí estaba de espaldas a mí. No pude ver su rostro, pero sabía que lloraba. En su peculiar y suave voz me dijo que me fuera. La entendí, pues sabía que no podía soportar decirme adiós. La emoción de ese momento fue demasiado intensa tanto para ella como para mí. Me di vuela y me fui tal como me lo pidió, sin despedirme, sin decirle, adiós abuela. Todo pasó en un instante. Dejé a tras a mi abuela, la única figura femenina y materna que estuvo conmigo en mis primeros años de vida. También deje el único hogar que había conocido.
Hubiera deseado una mejor despedida. Quería ir y abrazarla y decirle lo mucho que aprecié todos sus esfuerzos en criarme y cuidarme. Pero era una niña y actué como tal. Simplemente obedecí y salí de la casa como ella lo pidió.
Entré al taxi y allí estaban mi madre y mi abuelo. Ese taxi me llevaría hacia una nueva aventura y un destino desconocido para mí.
Durante el camino, se podía notar ese estado de ánimo sombrío. Pero todos hacían el esfuerzo de no verse tristes. En mi mente de niña jamás pensé que esa sería la última vez que vería España con los ojos de la niñez. ¿Hacia dónde íbamos? Esa era mi interrogante durante todo el camino.
Finalmente el taxi llegó al puerto del pueblo en la costa oeste de España. Allí estaban los barcos. La multitud abordaba los barcos. Mi abuelo ayudó al conductor del taxi a bajar nuestro equipaje, mientras mi madre verificaba en la boletería que todo estuviera en orden para nuestro embarque. Yo estaba fascinada viendo el gigantesco barco, y sorprendida por los sonidos ensordecedores en el puerto.
Personas moviéndose de un lado para el otro, pesados cargamentos, el personal del puerto trasladando a los pasajeros, los viajeros pendientes a sus equipajes, los comerciantes promoviendo sus mercancías, todo parecía cómo un mundo surrealista ante mis ojos.
Como según mi abuelo, teníamos tiempo de sobre antes de tener que abordar, nos dijo que iría a un café cercano a tomar su bebida favorita. Me dejó con el taxista quien aún se mantenía ocupado con el equipaje. Mi madre permanecía en la boletería. Yo mientras, me distraje con entorno y los sonidos del muelle. Esa espera por mi madre y mi abuelo me pareció una eternidad. Estaba con un hombre extraño, en un sitio extraño y sintiéndome muy incómoda.
De repente mi madre regresa, me toma de la mano y al mirarme a los ojos me dice que es hora de recoger las cosas e irnos. Yo hice lo que me dijo y a medida que nos acercábamos a la entrada del barco, comencé a inquietarme y le pregunté que dónde estaba mi abuelo. Ella bajó la cabeza y solo me dijo que teníamos que irnos. Me resistí y le dije que quería ver a mi abuelo antes de que nos fuéramos y que no entraría al barco hasta despedirme del abuelo. Ella trató de explicarme que era muy difícil encontrarlo y que se nos acababa el tiempo. Yo me resistí y en ese momento me molesté mucho al escuchar las palabras de mi madre. Me irritó que insinuara que no podría despedirme del único padre que había conocido.
Mi madre le hizo señas al taxista para que éste la ayudara a cargarme y colocarme dentro de la embarcación. El taxista notó mi rebeldía y agitación. Yo lloraba y gemía, pero el me tomó en sus brazos y corrió hacia la embarcación. Me dejó allí y luego se marchó. No pude despedirme de mi abuelo. No tuve la oportunidad de darle un abrazo y decirle lo mucho que lo quería. No me dieron la oportunidad de decirle cuanto aprecié todo lo que hizo por mí. Quería decirle lo mucho que disfruté ser su nieta.
Tiempo después, le pregunté a mi madre el por qué no me dejó decirle adiós a mi abuelo en el muelle. Me respondió que era mejor así. “Fue más fácil de esa manera”, me dijo. Más fácil; ¿para quién? Mientras yo esperaba por ellos con el taxista, ella estaba despidiéndose de mi abuelo.
Me dijo que cuando regresaba de la boletería, vio a mi abuelo en la calle, abrazado a un poste de luz llorando como un bebé. Al verlo así y para protegerme de esa escena tan desgarradora le dijo a mi abuelo que ya nos teníamos que ir y que no había chance para despedirse de mí. Esto lo afectó profundamente. Este hombre me amaba tanto y tenía tanto amor por mí en su corazón, mucho más del que yo pudiera imaginar.