Nada permanece igualos pigmeos de la Cuenca del Congo supuestamente conocen la iboga desde hace más de 20.000 años y en los últimos 300 ésta ha jugado un papel primordial en la religión Bwiti de África central. Es una planta profundamente espiritual. Su espíritu es transportado por una serpiente. Este libro habla del uso de la planta iboga y, en concreto, del principal alcaloide de ésta, la ibogaína, en el proceso que denomino «El Proceso Iboga» o, simplemente, «El Proceso». La «sesión» constituye el corazón del Proceso.
La Iboga no es una religión Bwiti ni tampoco una religión pigmea. La Iboga es una «espiritualidad africana», lo que significa que obtiene su energía y recursos de la cuna de la vida humana, África. La «espiritualidad Iboga» en un contexto occidental se expresa en una profundización del respeto por la Tierra, la comunidad, los ancestros, nuestros padres y, en concreto, por uno mismo y nuestra familia. La Iboga es el círculo de vida que pone a la persona en contacto directo con su corazón, su alma y aquellos a los que ama. Es un camino hacia Dios. El objetivo de la espiritualidad Iboga no consiste en alcanzar un estado moralmente superior, ni tampoco en tener una fe ciega. Se trata de ser real y de, en esa realidad, descubrir y conectar con el lugar que tiene uno mismo dentro del esquema de cosas más amplio a partir de un nivel de conciencia más alto. A lo largo del libro hago referencia a la iboga y a la Iboga. El primer uso se refiere a la planta en sí. El segundo a su espiritualidad.
La Iboga también puede ser entendida como una medicina curativa natural africana. En este sentido la Iboga es un sistema curativo dinámico que depende de cómo se encuentre el individuo en su fuero interno, es decir, sus efectos sólo se pueden predecir de una forma general. Con el tiempo arregla y cura cada una de las partes rotas y al final pule todo por entero. Nos lleva a conseguir una salud emocional y un bienestar físico, así como un profundo vínculo con la vida y con Dios en un continuo de conexiones permanentes que nos adentran en las profundidades de nuestra alma. Ni que decir tiene que también es una planta educadora. La Iboga también puede ser descrita como una terapia contra la adicción.
La experiencia Iboga inicialmente trata las adicciones físicas del cuerpo y llega de forma natural al subconsciente donde todo lo que queremos evitar, expresado en lo que son nuestras adicciones, queda al descubierto y se cura con el tiempo. Sin embargo, para ello es necesario desplazar al ego ya que éste bloquea nuestro verdadero estado mental (ver más adelante El proceso Iboga, capítulo 1). Al hacerlo, se abre la puerta que encierra aquello que está reprimido en nosotros y comienza la cura. El éxito de la cura depende del poder de la Iboga (en función de la dosis) y de la voluntad que tenga la persona de confrontar su verdadero yo. Esta voluntad se manifiesta a través de la intención. Por eso, cuando estamos preparados, después de haber utilizado su poder para liberar cada una de nuestras heridas de su estado de aprisionamiento, poco a poco la Iboga nos las va mostrando una a una. Al mismo tiempo se produce una liberación de las toxinas emocionales y espirituales atrapadas y vinculadas a estas heridas. La Iboga a continuación nos ayuda a comprender el significado de la herida (que ha sido expuesta de forma parcial o total) antes de limpiarla y vendarla, como si la envolviera en una gasa emocional. La madre naturaleza, el tiempo y la coincidencia divina se ocuparán del resto. Harán surgir la conexión emocional asociada y la aceptación mental que normalmente se experimentan en las etapas finales de la curación. Al igual que una herida en la piel, una herida emocional necesita un tiempo después de haber sido tratada por la Iboga, por lo tanto, en ese sentido, es necesario un período de integración.
En la siguiente fase de una sesión Iboga se produce una reeducación del ego hacia una forma de pensamiento más holística. Después, una vez en este nuevo estado, con el paso del tiempo y la intención adecuada, el ego cambia su lealtad a una relación puramente animal con el mundo material por una relación con el alma y su forma alternativa de gratificación; ésta consiste en un estado en el que se expresan opciones elegidas de forma auténtica puesto que éstas son las que provienen de nuestra mente verdadera, el alma. La Iboga por lo tanto libera el alma y alinea al ego con los deseos de ésta. Si esta alineación no se produce, inevitablemente acabaremos corrompidos por el poder y el dinero dado que éste es el comportamiento puramente animal de la mente, cuyo propósito es esquivar un alma afligida.
La ibogaína, el principal alcaloide de la planta iboga es, pienso, sinónimo de iboga porque es el principal y, en mi opinión, el componente curativo de la planta iboga. Creo que así tenía que ser para que pudiese jugar un papel importante en esta etapa de la evolución del hombre dentro de un modelo científico occidental. Recientemente se han reconocido las propiedades de la ibogaína en relación a su capacidad para eliminar la drogodependencia física. Este uso es sólo una gota en el océano de su historia, ya que su significado más profundo todavía no se comprende correctamente en el mundo occidental. El hecho de que la atención se haya centrado en la drogadicción y la preocupación por las condiciones de seguridad de la ibogaína indica que no se han entendido correctamente su ciclo de vida espiritual completo y su efecto, es decir, El Proceso. Esto es así porque para que la cura sea completa es necesario un Proceso continuado que, en mi caso, ha durado casi seis años al cabo de los cuales tengo claramente ante mí el final, o más bien debería decir el principio. El ámbito dedicado al tratamiento de la drogadicción con ibogaína se centra principalmente en las etapas iniciales. Yo personalmente he llegado hasta los últimos extremos de la experiencia Iboga. Mi obra se centra en esta segunda parte, pero al mismo tiempo rinde homenaje al valioso y extremadamente importante trabajo llevado a cabo en el ámbito de la drogadicción en cuanto a la comprensión de los aspectos relacionados con las condiciones de seguridad que afectan a la primera parte.
Por lo tanto, escribo sobre este tema en el contexto del uso actual y seguro de la ibogaína dentro del Proceso en base a las directrices médicas desarrolladas en los últimos años. (Estas directrices se centran en la ibogaína, razón de peso por la cual decidí trabajar con la iboga sólo en esta forma). El uso que yo he realizado de la ibogaína en este sentido ha estado y está fundado en una decisión personal y en una acción responsable. Cualquier persona que esté pensando en utilizarla también debe actuar de esta manera. En última instancia es una decisión personal y la responsabilidad comienza y termina en este punto. La perspectiva que he adoptado ha sido la de interpretar de primera mano mis experiencias desde un punto de vista científico occidental racional abierto a todas las posibilidades. No veo que tenga ningún sentido incluir mucha doctrina religiosa y normas que no hacen sino confundir a la persona que se somete al tratamiento. Es un viaje al corazón y allí ésta encontrará todo lo que necesita saber. Lo que importa es que el corazón queda renovado, curado y en armonía con el Uno, el Todo.
La Iboga es probablemente la sustancia más sagrada conocida por el hombre. La ibogaína, su principal alcaloide, es una simple sal que, como todas las cosas humil